domingo, 7 de junio de 2009

Los dilemas de la oveja negra

Y la furia surge de haber sido mansa, la ovejita negra no puede ocultarse en medio del rebaño. Aceptó sumisa que golpeara la misma mano que acaricia en un mundo que parece reducirse a pastores, perros guardianes que nos enseñan los dientes por nuestro propio bien, lobos hambrientos y otros astutos que se disfrazan con nuestra piel para devorarnos.
Nuestra oveja negra quisiera gritar con todas sus fuerzas la gran injusticia: la oveja favorita de los pastores es la lanuda de exposición, ejemplar altivo y pretencioso, de crines cepilladas y barriga alimentada. Pero se calla, ¿quién va querer oír que el jefe devora día a día las carnes de su protegida prometiéndole una corona de lata?
Tampoco parece muy prudente avisar a los pastores que esa otra oveja que siempre come de más es en realidad un depredador infiltrado. La última oveja que se atrevió a balar extrañada apareció destripada y patas para arriba y el más joven de los pastores la enterró a escondidas.
Suficientes problemas tiene. Sus compañeras se inquietan en su presencia, las lanas oscuras son delatoras, la que esté a su lado corre riesgo de ser identificada. También es cierto que la odian por ser la menos esquilada de todas. Critican su sucio pelaje, amontonadas y muertas de frío, la piel rosada a la vista, las patas flacas y el miedo atravesado.
La oveja negra se va a dormir calentita y sueña con escapar de pastores, rebaño y lobos. Su mayor anhelo encontrarse con más ovejas negras, de alguna manera, la oveja negra está convencida de que hay un privilegio. Desde su punto de vista, ser la oveja negra ser la más guapa del rebaño.

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