jueves, 7 de junio de 2007

¿Cómo me hacés esto, mi Buenos Aires querido?

¿ Cómo se sobrevive en una ciudad donde más del 45% de la gente vota a un ricachón empedernido, cuyo defecto más tolerable es que habla con una papa en la boca y que tiene ojos de víbora? Un abyecto ser, cuya imitación de la simpatía me hiela la sangre, que es uno de los responsables directos de la miseria, marginación y muerte de un porcentaje aún mayor que los votos que consiguió sumando enanos fascistas que construyen este monstruo gigante que amenaza arrasar mi bella ciudad. Debí darme cuenta antes, tantos tacheros con la Radio 10 al taco. Claro que yo casi no tomo taxis, uso colectivo, subte y mis propias patitas, que aman andar al tranco suelto por Buenos Aires.

¡ Cómo si no hubiera sido suficiente marketing el que vomitaron en sus calles Ibarra y Telerman, -otrora grandes socios y hoy ladrando enfrentados-, cuántos edificios magníficos soportan la ignominia de carteles amarillo patito que amablemente da las "gracias"! Agradecimiento de patrón, cortesía de patricio, gentileza de amo. Tengo unos tíos, pareja de médicos exitosos, hasta crían ganado y cuentan muchas monedas, que cada vez que abren un vino se acercan a la cocina para incluir a la empleada doméstica y domesticada en un brindis limpiaculpas. La pobre chica (tal vez debería decir la chica pobre), contenta, sintiéndose parte de la felicidad de mis tíos ricos, que se miran el uno al otro con orgullo por su delicada conciencia de clase que les permite compartir el vino con los que "tienen menos".

¿ Cómo se preparan corazón, estómago y bocho para meterse otra vez en un cuarto oscuro y votar a un bobalicón cuyos únicos méritos son un título de sociólogo -que consigue hasta el más vago de los estudiantes- y una extraña fotogenia de perro enfermo, que no ladra ni muerde y mucho menos la mano que le da de comer. ¿ Es una buena razón votarlo porque el otro es peor?
Siniestra duda: ¿es realmente peor el otro? Recuerdo a los espléndidos reflejos de la "élite intelectual" en el Colegio Nacional de Buenos Aires que me tocó sufrir en los años´90: los niños y niñas ricos sin ninguna tristeza compartían el jolgorio con aquellos retoños de setentosos que una vez caídas las utopías se apresuraban a acomodarse en cátedras, ministerios y embajadas. Para los otros y otras, la marginación, el desconocimiento, la pobreza (real y simbólica).

¡Cómo es posible que una ciudad que albergó la diversidad de orígenes y hablas en el precioso tango, música y danza, regalo para el mundo que lo hizo propio sin pedir permiso, porque para eso estaba, para compartirlo, para gozarlo; esta misma ciudad, que engendró tal belleza y la echó a rodar, esta ciudad que late arte en cada esquina, que es fotogénica y teatral como la actriz más dúctil, que es sutil como un poema, contundente como un cuento y enigmática como una novela; esta ciudad, que tantos matices contiene en su paleta multicultural, se desintegre en manos de los peores, se vuelva extraña a sus hijos e hijas mientras es pasto tierno -y barato- para extranjeros con dólares y euros y enfríe su pasión en nombre del comfort higiénico, el mismo con el que se perfumaban los nazis para ocultar el olor a muerte!