miércoles, 16 de enero de 2008

dulces 16


Bien que recuerdo esas duras épocas en las que sentía que la forma del cuerpo me condicionaba a la soledad. Recién aparecía la fiebre de las modelos precoces y los chicos a mi alrededor se enamoraban de las tapas de revistas justo en el momento en el que yo más deseaba mimos, abrazos y besos dulces. Y todo lo que obtenía eran pesados jugando al pulpo, las caricias deseadas no venían y había que esquivar manoseos, de todo tipo, de todos los tipos. El supuesto lugar de encuentro, el boliche, era más estresante que disfrutable.
Mientras, mi madre me pesaba, su presencia me resultaba excesiva, parecía querer estar en todos lados, saberlo todo, hacerlo todo. Pertenecía a la generación de mujeres cuyo mandato era ser fuertes, muy fuertes, capaces de hacer estallar vallas de género y techos de cristal.
Pero a las más jovencitas nos domaron en lo más frágil, lo más íntimo, ese lugar en el que los padres y las madres quedan detrás: el deseo. Lo que hacen los indignos mercaderes de cuerpos es convencernos de que no seremos dignas de gozar nuestros cuerpos porque no son ni se ofrecen como los de las modelos. Y todo gira alrededor de una cierta arquitectura, tan vulgar como las torres que se construyen sobre el derrumbe de los edificios bellos. Y la adolescencia es un momento de belleza atroz que quiere comerse el mundo, devorar la vida, degustar pieles, paladear placeres.
Cuando todo esto falta, cuando sólo hay madre y/o padre con demandas y exigencias, heladera, televisor como ventana al mundo y colegio con sus obligaciones, una queda atrapada en una cinta de moebius en la que deglute para vomitar todo aquello que ya es excesivo desde el principio.
Estoy convencida, porque lo he vivido, que el atracón evidencia, sobre todas las cosas, las ganas de vivir, el ansia de voluptuosidad que limita el molde, el querer y no poder porque todavía no se ha aprendido. Es un momento de la vida en el que lo que más se necesita pero también lo que más se teme es el corte con la madre, la separación y el crecimiento.

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